La tumba de Alejandro Magno, ¿un ataúd de oro?, entre el mito y la realidad
Su legado no es solo Alejandría. Su huella no ha sido crear un imperio desde las montañas del norte de Grecia, pasando por el norte de África, todo el Oriente Medio y hasta los valles a los pies del Himalaya. No, Alejandro Magno es mucho más que un conquistador. Fue un dios para sus contemporáneos. Es el hacedor de una civilización que, en cierta forma, aún pervive entre nosotros.
Un dios creando el mundo helenístico
El Hacedor es un término que se aplica al creador, en las religiones a Dios. Alejandro Magno se sospecha que lo fue. Es decir, respetando el rigor histórico, fue inmediatamente divinizado por sus «hijos», los herederos de su obra: el helenismo. Encontrar su tumba debía ser más fácil. Algo que hasta ahora ha sido imposible, realmente sólo hay sospechas de su ubicación, hipótesis de posibles yacimientos arqueológicos. Sin embargo, sus muchos seguidores, macedonios, griegos, persas, egipcios… según las crónicas de la época sí tuvieron donde venerarle; fue en un sepulcro mandado construir por Ptolomeo en Alejandría. El mismo emperador Augusto, tres siglos después lo visitaría cuando Egipto pasó a ser provincia romana.
Aunque es evidente que la tumba templo no fue una construcción de la importancia y magnitud de las pirámides, ya que no tuvo la capacidad de aguantar el tiempo como estas maravillas de la Antigüedad. Ese resulta ser el primer indicio de que su muerte, tras sufrir una misteriosa enfermedad, tuvo grandes incógnitas. Las fiebres que le llevaron al Olimpo de los dioses el 13 de junio del 323 a. C. pudieron ser causadas por un envenenamiento. El caso sigue abierto.
Babilonia, Siwah y Macedonia
Durante meses el cadáver del gran rey permaneció en un ataúd de oro en Babilonia, ciudad a la que había regresado desde su exitosa campaña de conquista de la India por las presiones de sus soldados veteranos macedonios, agotados de tantas batallas.
En la ciudad persa pensaba recobrar fuerzas y emprender otras campañas de conquista, esta vez lanzando sus falanges contra Arabia. Sin embargo, el 3 de junio enfermaba con altas fiebres. Diez días después fallecía. Embalsamado y perfumado reposó en el sepulcro de oro mientras sus generales se repartían su imperio.
El propio Alejandro dejó dicho su deseo de ser inhumado en el oasis egipcio de Siwah. Ese deseo sería por una revelación. Según el mismo Alejandro Magno cuando visitó el templo del dios Amón, éste le saludó como hijo. Es decir, el mismo Alejandro dictaminó a los suyos que estaba tocado por los dioses, que su misión de conquista era la creación de un nuevo mundo.
Su última voluntad no parece que se cumpliese con certeza, pues desde el mismo óbito se discutió qué hacer con el ataúd de oro. Los macedonios fieles, los hombres que le acompañaron desde que continúo la obra de conquista de su padre, el rey Filipo, querían enterrarle en Macedonia junto al progenitor.
La tumba de Alejandro Magno
De todos los generales del conquistador, Ptolomeo se mostró el más hábil y consiguió que sus embajadores convencieran a los guardias macedonios que custodiaban el cortejo fúnebre con los restos de Alejandro, que habían estado durante dos años en Babilonia, para que desviasen su ruta a la ciudad sagrada de Menfis. Allí se velaba y enterraba a los faraones y Alejandro lo era, además de ser hijo de Amón-Zeus.
Tras un tiempo de velatorio faraónico, largos meses en los que se trató a su cuerpo como un monarca del Alto y Bajo Egipto (quizás volviese a ser embalsamado y momificado, pues los egipcios no se fiaban del trabajo de sus colegas persas), el primer Ptolomeo, dinastía que gobernaría en Egipto hasta la llegada de los romanos, ordenó su traslado a Alejandría con el pretexto convincente de que ya le había construido una tumba regia.
¿Dónde reposa el dios Alejandro?
Según las fuentes antiguas, la más usada es “Vida de Alejandro Magno” de Pseudo Calístenes, autor del siglo III que recoge textos antiguos del cronista de Alejandro, Calístenes (360-320 a.C.), el ataúd de oro fue dejado en esa construcción erigida por el sátrapa Ptolomeo en el centro de la ciudad de Alejandría. Qué mejor honor para la ciudad que tener los restos de su fundador en pleno corazón.
La llamada Sema Alexándreos, tumba de Alejandro, se convirtió en lugar de peregrinación hasta casi el final del imperio romano. Se sabe que Ptolomeo IX (116-110 a.C.) saqueó el sarcófago de oro para fundirlo y pagar las deudas de su reinado. El cuerpo de Alejandro desde entonces se especula estuvo en urnas de cristal, que se iban reconstruyendo, hasta que un ferviente admirador del siglo III, el emperador Caracalla (211-217 d. C.), cerró la tumba a las visitas y desde entonces se perdió la pista arqueológica del cuerpo y del mausoleo del Magno Alejandro…
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