La curiosa historia de los Años Bisiestos
Si ha llegado hasta este Rincón Historia de nuestra web, seguro que es un lector interesado en lo «curioso del pasado». Además, será con toda probabilidad una persona de cultura occidental o también llamada cristiana. Entonces se habrá percatado que unos años la Semana Santa es bastante pronto, alguna semana de marzo, y otros es bastante más tarde, a finales de abril. Cuando es en marzo, habrá vivido también un 29 de febrero, día que no se suele vivir todos los años. Es decir, estaba en un año bisiesto y las razones de que las fechas de festivos de Pascua estuvieran adelantadas tiene que ver con ello.
Si todavía no se “engancha” a esta historia le diremos que tiene que ver con la siempre curiosa relación entre astronomía y religión. Hagamos un viaje en el tiempo y vayamos a la época de Julio César. Los astrónomos egipcios al servicio de César resolvieron muy bien una evidencia científica allá por el 50 a.C. Resulta que comprobaron que la tierra tarda en dar una vuelta completa alrededor del sol 365 días y un cuarto. Era una manera de redondear los 365 días, 5 horas y 49 minutos que tarda la tierra en su viaje estacional.
Por tanto, para cuadrar el año astronómico con el año civil (terrenal o religioso), tuvieron la buena idea de crear el «año bisiesto». Cada cuatro años (4 = al cuarto de día más) de 365 días se daría un año de 366 días (bisiesto). Este calendario fue aceptado por lo bien que funcionó, «por los siglos de los siglos», y se llamó ‘Calendario Juliano‘ por su promotor, Julio César.
Los años bisiestos ahora por culpa del calendario gregoriano
Sin embargo, lo bueno aunque puede durar mucho necesita perfeccionarse porque no hay nada perfecto. Si no es un sistema exacto –algo imposible en ciertas mediciones-, los mínimos errores generan acumulación de desajustes con el paso del tiempo. Así pasó con el «redondeo» juliano de los años bisiestos, que consideraba 6 horas (1/4 de 24 horas) en lugar de las astronómicas 5 horas con 49 minutos. Esos más de 10 minutos redondeados produjo que en el siglo XVI, el calendario litúrgico de la Semana Santa, que se fijó para el primer domingo después de la primera luna llena tras el equinoccio primaveral, comenzase el 11 de marzo. Una fecha que alertó a los jerarcas de la Iglesia al comprobar lo muy alejado del 20/21 marzo que era el «normal equinoccio primaveral».
El Papa de la época, Gregorio XIII, decidió arreglar el desajuste del calendario astronómico con el calendario “humano” y, para suerte de la humanidad, acudió a uno de los mejores sabios astronómicos y matemáticos que ha dado la Historia, al jesuita alemán Cristóbal Clavio (Clavius). Su corrección fue tan ingeniosa que los científicos de hoy dicen que solamente se da un error estimado de un día cada 3.300 años. El «sabio arreglo» del calendario juliano, que pasaría a ser llamado gregoriano por el Papa que lo instauró, consistió en introducir la siguiente regla:
“Un año será bisiesto si es divisible por 4, pero no lo será si además es divisible por 100. Con la excepción de los divisibles por 100 y 400 a la vez, que sí lo serán”.
(Más información sobre esta curiosa regla en Enrique Joven).
Con esta fórmula se conseguía el ajuste más exacto entre calendario astronómico y el civil/religioso. Para que la corrección fuera inmediata, el Papa Gregorio XIII, por indicación de Clavius, decretó a través de una bula papal la supresión de los 10 días de más. Así, al jueves 4 de octubre de 1582 le siguió el viernes 15 de octubre de 1582.
Hubo gran revuelo mundial en la época, algo no extraño al tratarse de un asunto tan crucial para la Cristiandad como el «reajustar» el devenir histórico. En algunos países las reticencias fueron importantes. Por ejemplo, los ingleses se resistieron al cambio durante dos siglos. El mundo cristiano oriental no se sumó a esta reforma, pues el patriarca de la Iglesia ortodoxa no quiso “imposiciones” de la Iglesia de Roma. Se sigue usando una variante –adaptada- del antiguo calendario juliano.
A pesar de todos esos recelos que provocó un cambio tan profundo, que transformaba la manera de «medir el tiempo» en las vidas cotidianas de las personas, el calendario promulgado por Gregorio XIII el 24 de febrero de 1582 mediante la bula Inter Gravísimas, acabaría imponiéndose en todo el mundo de cultura europea occidental. Todavía hoy resulta osada la fórmula tan determinante de eliminar días de un “plumazo papal”. Con la eliminación de esos diez días desaparecía el desfase con el año solar.
El calendario gregoriano fue un cambio trascendental y valioso, por lo que este Papa pasaría a la posteridad de toda la humanidad; aunque al principio fuera únicamente aceptado en el mundo regido por pautas occidentales. El mayor inconveniente lo tienen ahora los estudiantes de historia, que en exámenes sobre paleografía con documentos de la época medieval para datarlos correctamente deben descontar días si las fechas son anteriores a octubre de 1582.
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