La decisión de Felipe II de trasladar la Corte a Madrid en 1561 traerá con el tiempo importantes consecuencias, en primer lugar un considerable aumento de población, hasta el punto de convertirse en la ciudad con más habitantes de España. Sin embargo los Austrias no remodelaron el urbanismo de la capital del Imperio, que tenía como centro neurálgico el Alcázar y a cuyo alrededor fueron configurándose calles tortuosas y estrechas salpicadas de edificios religiosos y carente de todo tipo de política sanitaria. Fernán Núñez, el primer biógrafo de Carlos III afirmó que el aspecto y el olor de la la villa y corte horrorizó a la pareja real cuando llegó a Madrid a finales de 1759: la ciudad era insalubre, sucia y fea, en absoluto acorde con la imagen que debía ofrecer la capital del mayor imperio ultramarino del mundo. El nuevo rey comenzó enseguida un programa de reformas para equipararla a otras ciudades europeas, hasta dejarla irreconocible al final de su reinado. Gran parte de los edificios y ornamentos construidos en esta época dieron en buena medida a Madrid la imagen que mantiene hoy en día. Es incuestionable que hay un antes y un después de Carlos III en la capital de España.
Se emprendieron obras para mejorar las conducciones de agua, el alumbrado público, el empedrado de calles, recogida de basuras, traslado de los cementerios fuera de las iglesias… Todo ello motivó las protestas de los contribuyentes puesto que afectaban a sus bolsillos. Estaban “anclados en infantiles torpezas” según manifestó el propio rey, convencido de que daban sentido al principio de “gobernar para el pueblo, pero sin el pueblo”, característico del despotismo ilustrado. Los madrileños culpaban a Esquilache, aunque éste no era el único responsable, pues las reformas estaban apoyadas por el fiscal del Consejo de Castilla, Campomanes, y por Grimaldi, otro extranjero en el gobierno, aunque no tan impopular como el primero.
En gran medida, el espectacular cambio se debe al magnífico trabajo del italiano Francesco Sabatini, quien mejor expresó arquitectónicamente el espíritu racional de la Ilustración y que ya había trabajado anteriormente para el rey en el Palacio de Caserta en Nápoles. Figura clave del neoclásico español, fue llamado a Madrid por Carlos III nada más iniciar su reinado, aunque también realizó importantes obras fuera de la Corte. El hecho de ser nombrado arquitecto mayor del reino, por encima de algunos españoles de gran prestigio, como Ventura Rodríguez o Juan de Villanueva, causó malestar; incluso la emblemática Puerta de Alcalá, realizada entre 1764 y 1778 fue cuestionada por éstos. El arquitecto e historiador Fernando Chueca Goitia afirma que “es una obra sencillamente excepcional que señalará siempre la gloria de su autor”.
Era una de las cinco puertas de acceso a la ciudad y tiene la particularidad de ser el primer arco de triunfo construido en Europa desde la caída del Imperio Romano, precedente del de París y de la Puerta de Brandemburgo de Berlín. Ventura Rodríguez y José de Hermosilla presentaron también sus proyectos, pero el rey escogió personalmente el de Sabatini, creador también la desaparecida Puerta de San Vicente (en la actualidad hay una réplica), otro encargo real para decorar la entrada a la ciudad desde el Paseo de la Florida. Eran sin duda una excelente carta de presentación para viajeros y visitantes. Sabatini sustituyó a otro italiano, Saccheti, en las obras del Palacio Real de Madrid, (Carlos III fue el primer monarca que lo habitó), y trazó también sus jardines. Diseñó la Real Casa de la Aduana, actual sede del Ministerio de Hacienda (1761-1769), la Puerta Real del Jardín Botánico, (1774-1781), la Casa de los Secretarios de Estado y de Despacho, también conocida como Palacio del Marqués de Grimaldi y posteriormente de Godoy, o la fachada de San Francisco el Grande, entre otros. Remodeló también la Cuesta de San Vicente y creó unas “Instrucciones de alcantarillado, empedrado y limpieza de la Corte” para el saneamiento de la ciudad entre 1761-1765, que contemplaban la instalación de un pozo séptico por casa, conducciones interiores para las aguas residuales, canalones para recoger la lluvia y construcción de aceras en las calles.
El abastecimiento de agua fue un problema no resuelto hasta bien entrado el siglo XIX; excepto en los conventos o palacios que contaban con pozo propio, el suministro se realizaba a través de fuentes públicas a las que llegaba el agua de seis viajes y varias galerías colectivas. Era frecuente ver mujeres ofreciendo agua de sus cántaros a los viandantes o transportándola a las viviendas. Otro reto era la iluminación, muy escasa o nula a pesar de que las ordenanzas municipales obligaban a los vecinos a colocar faroles en ciertas fachadas, pero eran sistemáticamente incumplidas y solo había tenues lamparillas ante imágenes sagradas. Al amparo de la noche, eran constantes los asaltos y otros hechos delictivos practicados por embozados. Por iniciativa real, el día de Santa Teresa del año 1765 se encendieron por primera vez 4408 velas de sebo en faroles de cristal sobre palomillas de hierro que iluminarían las calles desde el toque de oración hasta la medianoche, instalándose a doce pies de alto y sobresaliendo vara y media de la pared. Fue lo primero que destrozaron los encolerizados madrileños durante el motín de Esquilache, acontecimiento causó tan fuerte impacto emocional al rey, que durante los meses que pasó recluido en Aranjuez llegó a plantearse la posibilidad de trasladar la Corte. Nunca olvidó la humillación que para él supuso verse obligado a comparecer ante el pueblo desde uno de los balcones de palacio y prometer aceptar sus demandas, aunque a la postre sólo se cumplieron a medias.
Tras el destierro de Esquilache y la vuelta del rey a Madrid, fue el conde de Aranda quien le propuso la conveniencia de realizar una obra urbanística y decorativa de gran envergadura que simbolizara la reconciliación del monarca con la ciudad de Madrid. El sentido del deber y de la utilidad política eran rasgos que acompañaron siempre a Carlos III, por lo que finalmente la propuesta de Aranda quedó plasmada en el Gran Salón del Prado, amplio eje organizado en torno a tres fuentes: la de Cibeles, diseñada por Francisco Gutiérrez, que incluye por primera vez el uso de elementos mitológicos para el ornamento urbano madrileño; La de Apolo, la menos conocida, obra de Ventura Rodríguez que sigue los pasos del academicismo italiano, y la de Neptuno, también de inspiración mitológica, de Juan Pascual de Mena.
En uno de los flancos del Salón del Prado se levantó uno de los edificios más importantes, cuyo proyecto fue encargado a Juan de Villanueva en 1785. Se trataba del Gabinete de Ciencias e Historia Natural y Academia de Ciencias, obra impulsada por el conde de Floridablanca y actual sede del Museo del Prado. El edificio formaba parte de un gran complejo que incluía el Observatorio Astronómico (origen de la famosa frase “de Madrid al cielo”) y el Jardín Botánico, todo ello encuadrado por los jardines del Buen Retiro, que incluían el palacio levantado por Felipe IV. La amplia avenida configurada por los Paseos del Prado y Recoletos se convirtió en lugar de reunión, lucimiento y esparcimiento de la nobleza y burguesía madrileña, escenario donde ver y ser visto y donde se practicaba el “chichisbeo”, palabra de origen italiano que hace referencia al arte de cortejar a las damas de la alta sociedad. Se construyeron otros dos paseos de circunvalación, el de la Florida y el de las Delicias.
Se puede afirmar que ni antes ni después, ningún monarca llevó a cabo un programa conjunto de embellecimiento, ordenación y saneamiento urbano como Carlos III. Desde este punto de vista, tuvo bien merecida la fama de mejor alcalde que ha trascendido hasta nuestros días. Sin embargo, no deja de ser también cierto que respondía a un proyecto político y propagandístico, ya que jamás sintió un especial afecto por la ciudad donde falleció su querida esposa María Amalia a los pocos meses de su llegada, ni por sus habitantes, de quienes jamás volvió a fiarse desde los sucesos de 1766.
Sagrario Alijarcio
Documentalista de rincon.hosters.es
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BIBLIOGRAFÍA:
-FERNÁNDEZ, ROBERTO: “El monarca mesurado”, La aventura de la historia nº 204, pp.58-61, 2016.
-FERNÁNDEZ, ROBERTO: Carlos III. Un monarca reformista. Espasa. 2016.
-FRANCO, GLORIA. “La España ilustrada”, La aventura de la historia nº 204, pp.75-77, 2016.
-VIDAL, JOSEP JUAN; MARTINEZ RUIZ, ENRIQUE: Política interior y exterior de los Borbones. Istmo. 2001.
SITOGRAFÍA:
-Documental “Carlos III, inventor de Madrid”. UNED Documentos. Recuperado de: https://www.google.es/search?q=Carlos+III%2C+inventor+de+Madrid&oq=Carlos+&aqs=chrome.0.69i59l3j69i57j69i61l2.15185j0j7&sourceid=chrome&ie=UTF-8
-Documental “Carlos III. Luces y sombras del reformismo ilustrado”. Memoria de España RTVE. Recuperado de: http://www.rtve.es/alacarta/videos/memoria-de-espana/memoria-espana-carlos-iii-luces-sombras-del-reformismo-ilustrado/3283927/