El plan de invadir Gibraltar de Hitler y Franco, el «Plan Félix»

1 febrero 2021

 

Durante todo el siglo XVIII la corona española intentó recuperar el peñón de Gibraltar. El primer asedio tuvo lugar entre 1704-1705, en plena Guerra de Sucesión española, nada más tomada la ciudad por un contingente anglo-holandés en nombre del archiduque Carlos de Austria. El segundo tuvo lugar después del Tratado de Utrech que cedía el peñón al control británico. Fue en 1727 y al considerar España que no se estaba haciendo de la roca el uso pactado. El tercero y más largo, el Gran Asedio de Gibraltar, ocurrió entre los años 1779 a 1783 aprovechando que Gran Bretaña ya tenía la insurgencia de sus colonias americanas. En ese asedio se combinaron las acciones militares, con nuevas armas como las lanchas cañoneras, y los actos de bloqueo comercial.

 

 

Un hipotético cuarto asedio que se daría en el siglo XX

 

Dentro de la conocida Operación León Marino, la planeada invasión por el ejército nazi del Reino Unido, se le planteó desde el Estado Mayor a Hitler, por sugerencia suya, la posibilidad de conquistar Gibraltar con la ayuda española. Se trataba de distraer fuerzas navales y divisiones de los británicos que defendían sus islas y así se vieran obligados a acudir al mediterráneo y al atlántico sur. La ayuda a Mussolini, que no estaba cumpliendo con su parte de hostigar y tomar las colonias británicas del norte de África, sería más fácil controlando el estrecho de Gibraltar.

 

 

A Hitler se le planteó el plan estratégico militar con detalle, quería argumentos de presión para que Franco se decidiera a declarar la guerra a los británicos. En el fondo de la cuestión el plan era más político que militar. Los generales de Hitler le plantearon el plan muy a la larga y de forma muy realista, evitando caer en los triunfalismos recientes por la toma de París, advirtiendo que la marina inglesa dominaba los mares y que el ejército español no estaba preparado para entrar en la guerra.

 

 

El «Plan Félix», un plan que quedó en el cajón de la historia. Todo se movió en el terreno de las hipótesis. Había que ver cómo trascurría la Batalla de Inglaterra, la lucha de las fuerzas aéreas de ambos bandos, que por esa época de 1940 se consideraba en tablas. Además, se tenía que esperar a que la marina de guerra alemana, la Kriegsmarine, tuviera más buques de calado, como el famoso acorazado Bismarck. Y, sobre todo, que las bases de submarinos -se estaban construyendo a centenares, una de ellas proyectada en las Canarias- estuviesen plenamente operativas para acabar con el control americano y británico de las rutas intercontinentales.

 

El plan de tomar Gibraltar formaría parte de toda una estrategia a largo plazo para lograr lo que se consideraba hasta ahora un imposible: la invasión de las islas británicas. Lo que parecía una opción razonable como era tener paciencia para elegir el mejor momento de la toma del peñón, de posponer el ataque sin fecha concreta, no sería la causa de que el plan no fuera llevado a cabo. En verdad, la megalomanía de Hitler tuvo más que ver. Su Estado Mayor en esos días también le había calculado las opciones de comenzar la otra deseada operación militar a gran escala, la llamada Operación Barbaroja de la invasión de la Unión Soviética, que a la postre cambiaría el curso de la guerra cuando el líder nazi optó por el llevar la guerra al frente ruso.

 

Al final, Gibraltar no recibió ni un disparo. Se puede decir sin exagerar que el peñón no recibió ni un sólo cañonazo desde la frontera española o desde algún submarino alemán. Tampoco ellos tuvieron que disparar. Hubo mucha acción de espionaje, contraespionaje, sabotajes y contrabando de armas, pero ninguna acción bélica que mereciese un titular de periódico. Los británicos realizaron varias estratagemas con muy buena puesta en escena por sus servicios secretos, que sembrarían las dudas del general Franco y sus militares sobre las posibilidades de invasión. Entre lo más novelesco está hacer estallar una barcaza correo en la bahía de Algeciras colocando el cadáver de un supuesto marino inglés – un muerto por accidente tráfico- que portaba unos supuestos planes de invadir las Islas Canarias si España entraba en guerra.

 

Churchill creía inexpugnable el peñón. En los meses de mayor expansión nazi en Europa el primer ministro británico seguía confiando en el peñón de Gibraltar como en una de las más resistentes fortalezas en caso de ataque enemigo. Podía caer Londres pero Gibraltar sería «la capital del imperio»; aunque ahora parezca exagerado se llegó a barajar un posible gobierno británico en el exilio dentro del peñón. El premier estaba al tanto de las ingeniosas galerías excavadas en la misma roca con baterías de gran alcance. Una línea de fuego que haría inexpugnable a Gibraltar. Imposible el acercamiento terrestre por el único lugar posible, el istmo que les une a la península.

 

 

Sin embargo, en esas mismas fechas se daba una paradoja: el modelo para conquistar Gibraltar fue puesto en evidencia al otro lado del mundo. En la guerra del Pacífico, en la humillación sufrida por el general Mac Arthur, en otro enclave considerado inexpugnable por los aliados. Durante la toma de Corregidor por los japoneses, éstos escondieron sus piezas de obuses de gran alcance fuera del ángulo de tiro de los aliados y las apuntaron contra los dinteles de las galerías de la fortaleza de Corregidor, muy similar a Gibraltar por estar excavada en roca. Así, disparando por encima de las bocas de los cañones del ejército de Mac Arthur, las galerías terminaron por derrumbarse y sepultar a las piezas. Eso le pudo ocurrir a Gibraltar en 1941, pero eso es historia ficción, claro.

 

Gustavo Adolfo Ordoño -Historiador y periodista-